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28 Feb
28Feb

Nota previa: este artículo está orientado a inversores no profesionales que invierten parte de sus ahorros en fondos de inversión.

La actual expansión del coronavirus ha provocado un desplome sustancial en la inmensa mayoría de los mercados. El Dow Jones sufre la peor caída desde 2008, los mercados europeos su peor semana desde 2011 y el Ibex 35 pierde un 11% en apenas seis sesiones. Noticias así son habituales estos días y debemos acostumbrarnos a ellas sin caer en un alarmismo desproporcionado; al fin y al cabo, los medios de comunicación necesitan titulares gruesos (aunque también reales) que despierten el interés de sus lectores.

Más allá de las implicaciones médicas de la enfermedad, parece evidente que las implicaciones financieras están siendo muy contundentes. Tras un 2019 extraordinario en el que los mercados globales se dispararon desatando el optimismo, 2020 ha comenzado de manera decepcionante para los inversores, haciendo perder a muchos parte de las ganancias obtenidas durante los últimos meses.

Es en estos momentos cuando un inversor pone a prueba su capacidad de resistencia. En tiempos de bonanza es sencillo caer en la tentación de ponderar en exceso la renta variable, mientras que los tiempos de desplome bursátil son propicios para que se precipiten ventas masivas y muy inoportunas. En ambos casos es esencial mantener la cabeza fría.

Para ello, cualquiera que comience a invertir en renta variable debe tener clara una regla de oro:

Invertir en fondos de inversión es una manera excelente de conservar y revalorizar tus ahorros en el largo plazo. Ni más ni menos. 

Los mercados financieros, para el común de los inversores, no son el lugar donde convertirse en millonario de la noche a la mañana y tampoco una afición que compita con las apuestas deportivas o el casino. Invertir en renta variable es una decisión que históricamente se ha demostrado muy efectiva para que tus ahorros se protejan de la inflación y logren rentabilidades notablemente superiores a las que obtendrían en una cuenta corriente o depósito a plazo fijo. No hay más.

Esta afirmación es importante en varios sentidos. En primer lugar, la renta variable no debería ser el único activo que tuviéramos en nuestra cartera; las propiedades inmobiliarias, el oro y desde luego una parte de efectivo son recomendables para diversificar nuestras inversiones. En años como 2019 es tentador despreciar el resto de alternativas y concentrar demasiados recursos en la bolsa, pero el coronavirus nos recuerda que cualquier suceso, por inesperado y externo al ciclo económico que parezca, está siempre a la vuelta de la esquina. Tener activos descorrelacionados con los mercados financieros nos puede ayudar a capear el temporal con tranquilidad.

En segundo lugar, caídas como las actuales deben entrar en las previsiones de cualquier inversor. Los mercados no suben indefinidamente y periódicamente sufren correcciones contundentes como la actual. Eso no debe mermar nuestras expectativas en el largo plazo; invertir en fondos se debe hacer siempre con la vista puesta en los próximos diez o quince años y, por tanto, con dinero que no se vaya a necesitar hasta entonces. Quien se centre exclusivamente en el corto plazo es fácil que cometa el error de vender precipitadamente cuando los mercados caigan en picado, perdiendo no sólo parte de sus ahorros sino también los frutos de la siguiente recuperación, que siempre llega con mucha más fuerza.

En definitiva, aquellos inversores que tengan una cartera sólida, con fondos de inversión bien seleccionados y diversificados, no deberían preocuparse por las turbulencias actuales del mercado, que no son en nada distintas a otras que ya se produjeron en 2008, 2015 o 2018. Mi recomendación es sencilla: mantenerse fiel a la estrategia trazada, no vender los activos invertidos y acumular los mayores niveles posibles de liquidez para aprovechar el rebote que, antes o después, llegará de manera contundente.